De la arquitectura a la arqueología
Si bien Giuseppe Orefici se dedica por completo al rescate y conservación de Cahuachi a principios de los años ochenta, ya antes, en la década de mil novecientos setenta, entabla relación con el Centro Camuno di Studi Preistorici de Capo di Ponte que ofrecía doctorados en arqueología:
“Me dediqué al estudio del arte rupestre en Italia, Francia, y otros lugares de Europa. Tuve la suerte de participar en la primera misión arqueológica a Argelia y Libia en los años 79 y 80, esto me abrió otros horizontes”.
Trabajó también en superintendencia arqueológica elaborando reportes sobre conservación o restauraciones al norte y al sur de Italia.

“En Lombardía, por ejemplo, experimentamos con arqueología subacuática (…) Siempre tuve en claro lo que quería, en la escuela de arte, en la arquitectura y luego en la arqueología, proyectándome a mi manera: no trabajaba ocho sino quince horas diarias, siempre tratando de ir más allá (…) Desde el principio he publicado muchísimo en el campo arqueológico, esto es muy importante para comunicar y organizar la información obtenida y así poder seguir adelante, con todo, mi trabajo más importante fue en el Perú, 40 años consecutivos pero antes o simultáneamente he desarrollado investigaciones en el Cusco, en Madre de Dios, en Bolivia, Brasil, en Chiapas, México, en Isla de Pascua, en Centroamérica, todas estas experiencias no solo han ayudado en mi formación como arqueólogo sino también han sido útiles para descubrir las diferencias que deben existir en el acercamiento a las diversas culturas, siempre con la mayor, la máxima humildad, tratando de comprender todo lo que se pueda, conocer la especificidad de cada cultura y de cada comunidad…”.
Sin embargo, en un momento dado tuvo que elegir…
¿Cómo fue pasar de la arquitectura a la arqueología?
“En Italia trabajaba en la restauración de monumentos que tenían como mínimo un trescientos, cuatrocientos años o en con cementerios romanos hasta que dejé por completo mi trabajo como arquitecto, no podía hacer las dos cosas, me ausentaba por cuatro o cinco meses para vivir a Latinoamérica (…) Fue un momento problemático, complicado en verdad, vivía bastante bien como arquitecto, tenía proyectos muy grandes, uno sobre la propiedad edilicia a nivel nacional, un estudio con un colega y otro particular, muchas personas trabajando para nosotros, dibujantes, capataces, supervisores, especialistas, era un buen momento, pero entonces vi que no podía hacer las dos cosas porque la arqueología no se puede dejar por dos o tres meses y me retiré completamente de la arquitectura, de tres carros que tenía pasé a uno pequeño, tuve que organizar mi vida de un modo completamente diferente.
Como arquitecto tienes que conquistar a tus clientes y, al final de cuentas, hacer lo que quieren ellos, es uno de los motivos por los que dejé la arquitectura, no quería ser esclavo de un cliente, quiero hacer hasta el final lo que puedo con mis propias manos, eso sí”.
Pero el factor que lo decidió a elegir por la arqueología fue Cahuachi:
“Cahuachi se convirtió en lo más importante para mí. Pude escoger a mis colaboradores y a mis amigos, los que me acompañaron durante varias décadas, en especial Andrea Drusini, antropólogo físico, que trabajó conmigo en Venezuela, en México, en casi todos los proyectos en los que he participado, hemos hecho cursos juntos en Wyoming (USA), él ha analizado más de mil entierros en Cahuachi, lo mismo con Luigi Piacenza, botánico, con ellos la relación fue de una cálida, una gran amistad, del mismo modo con muchos jóvenes peruanos que empezaron a trabajar con nosotros a los 18 años, algunos de ellos hoy ocupan posiciones profesionales y académicas muy destacadas en el Perú en diversos niveles”.
Una trayectoria extraordinaria
No es la suya una vida común y aburridamente sedentaria, algunas pinceladas lo demuestran: Giuseppe estaba en Managua cuando Fidel Castro llega a esa ciudad, los permisos que él traía en la mochila estaban firmados por Somoza y los “locals” que habían coordinado su visita habían fallecido súbitamente poco antes; trabajó en Chiapas en plena carga del zapatismo, los helicópteros en los que era trasladado el equipo de arqueólogos y andinistas aún mostraban restos de la sangre de los caídos en combate, el sitio arqueológico estaba ubicado en una jungla tropical, en cuevas suspendidas en la mitad de precipicios de más de cien metros de altura a las que había que llegar escalando, las pinturas rupestres de Chiapas son de una belleza artística notable.
Giuseppe ha conocido a algunos de los últimos sobrevivientes de las tribus ese-ejes en Madre de Dios. Ha pasado, durante décadas, once meses al año en una carpa en medio de la pampa, un paisaje lunar “donde dependes solo de tus compañeros y de una lámpara de aceite”.
El campamento fue asaltado y saqueado en su presencia al promediar los ochenta, en Cahuachi “fui tomado como rehén nos robaron todo, son cosas que pueden pasar en cualquier lugar del mundo”. En junio de 1992 supuestos representantes de Sendero Luminoso llegados de Ayacucho le enviaron un ultimátum acusándolo de ser una “amenaza que es necesario eliminar”.
Ni esto ni todos los problemas que plantea una empresa de rescate como la que emprendió en Cahuachi logró aplacar sus ímpetus de investigación científica.

Un legado vivo en Cahuachi
Más de cuarenta temporadas de excavación en Cahuachi que representa, cada una de ellas, un paso más en el descubrimiento de la grandeza de una civilización, una cultura que decoró orgullosamente las pampas con bellos diseños, monos y colibrís y arañas y espirales, que canalizó las aguas subterráneas, que fabricó maravillosas piezas de cerámica decorativa y de uso doméstico, que levantó la gigantesca ciudadela de los que hoy va resurgiendo sobre la faz de la tierra.
Este esfuerzo se enmarca en algo muy parecido a una tradición: la influencia y presencia italiana, en especial de intelectuales y arqueólogos, en la historia y la cultura peruanas.